miércoles, 15 de agosto de 2012

Polilla #4: interesantes

- Estaba pensando.
- ¿Qué estabas pensando?
- Unos pensamientos.
- ¿Me los podrías confesar?
- Venga que sí. Dicen así, ejem, ejem. Estaba pensando en lo que dijiste el otro día. Eso que tus días se escurren como mantequilla.
- No dije eso, dije que corrían como conejos.
- Pero los conejos no corren. Las liebres corren. Los conejos son como liebres con síndrome de Down. Son como chicos y gordos y más...
- ¿Podí ir al grano?
- Estaba pensando que si crías tu cuerpo y tu mente como dos antagonistas desde que eres pequeño, vas a ser el campo de batalla de una constante pugna, pues ambos acabarán enfrentándose. Y cuando tú eres flojo y dejas que las horas de luz te resbalen como el agua de la ducha, lo único que estás haciendo es dejar que tu cuerpo gane la batalla, cuando los dos sabemos que es el otro contrincante quien debiese triunfar: la mente.
- ¿De dónde sacai esas hueás?
- No sé. Ayer me puse a leer el reverso de unos Chocapic y decía algo parecido.
- Quizá debería tener una vida más rockera. Hacer todo bien rápido y morir joven de alguna forma interesante, como pescando pulpos en altamar.
- Eso no es interesante.
- Entonces me pongo unos wayfarer en lugar de antiparras y dejo que la última canción reproducida en mi iPod sea cualquier hueá de Sonic Youth.
- Ahí se pone más interesante. Ahí se pone más interesante la cosa, ah. Ah.
- Entonces cuando me encuentren los forenses, todo desmembrado por los pulpos y los tiburones y quizá qué otros bichos marinos, van a decir “ah, este hombre, efectivamente era un hombre muy interesante”. Y voy a ser recordado como tal.
- Quizá simplemente deberiai dejar de pasar tanto tiempo en internet leyendo artículos ahueonaos en Wikipedia.
- Es la otra opción.

Se quedaron en silencio varios minutos, quizás horas mirando la pantalla del televisor. No cambiaron el canal ni una sola vez.

- A lo mejor deberíamos dejar de ser amigos.

Este episodio fue escrito a las cinco de la mañana.

Polilla #3: sueños

- ¿Te gusta Jeff Buckley?
- Y vamos a seguir…
- Conocí una mina el otro día, ¿te dije?
- No, a ver. Cuéntame.
- ¿Qué querí que te cuente?
- Cómo es, cómo se llama, qué hace, dónde vive.
- Eeeh, es linda, es graciosa.
- Qué más.
- Eso… es divertida. Dale. La pelota.
- ¿Qué pelota?

Me he dado cuenta que en los últimos años de mi vida, los días se han encargado de correr como conejos. Se escapan raudos y no hay foco que los detenga. Mis tardes están manchadas por siestas y las madrugadas, bueno, no son más que compilaciones de horas perdidas. Las ocasiones en las que me digno a salir a la calle y caminar, ya sea solo o acompañado, son pequeños oasis de conciencia. El mundo se ve más nítido cuando ves las cosas difuminándose frente a ti, corriendo en contra tuyo.

- El otro día me junté con un amigo. El Juanjo. Lo llamé de medianoche porque estaba angurri y le pregunté si estaba haciendo algo, más bien si estaba haciendo nada.
- ¿Fumaron?
- Sí. Fumamos en el Parque Balmaceda y salimos a caminar por las calles chicas cerca del metro Salvador.  Estuvimos conversando. Me dijo que no creía que el mundo fuera a mejorar. Que ya estaba todo tan suficientemente cagao’ que era virtualmente imposible que las cosas cambiaran. Me hablaba tan rendido. Que las marchas por la educación y que no sé qué… que no sirven de nada, que las cosas van a seguir así de mal porque hay personas tan malas y con tanto poder sobre las instituciones imperantes, que el mundo va a seguir como en caída libre y va a ser imposible frenarlo, porque es imposible derrocar a los malos. No es posible desplomarlos.
- ¿Tú pensai lo mismo?
- Le dije que no. Que yo pensaba que la gente sí estaba más consciente de las cosas y que iba a pelear de vuelta, costara lo que costara. El otro día vi una entrevista a Jodorowsky en la que decía que las personas somos como ollas a presión, y aunque más bien se refería a nuestra naturaleza emocional, lo extrapolé a este tópico. Estamos tan comprimidos, tan reprimidos, que es inminente que bullamos. El agua ya se está calentando, hace tiempo. Y aunque alcanzar ese hervor tome años, incluso siglos, va a ocurrir. Estamos a las puertas de esa explosión, porque burbujas ya hay. El agua se está calentando, yo te digo.
- Pero Jodorowsky es un charlatán.
- Da igual. El tipo sabe, me cae bien. Independiente de que le recomiende a la gente ponerse bistecs en la ropa interior y pintarse de rojo las palmas para sanarse siquiátricamente. Me gusta lo que dice, al menos es optimista.
- Bueno, ¿y?
- Entramos a esos condominios por Obispo Salas, que es donde vive. Y ahí nos quedamos hablando. Habíamos comprado una chela. Le dije que, eventualmente, la raza humana iba a alcanzar la armonía eterna e iba a vivir bajo una celestial inteligencia colectiva, operando como el todo que somos. Porque todo es Dios y nosotros somos parte de él. Somos como células dentro de su infinito cuerpo y lo natural en todo sistema biológico es auto-remediarse. Vamos a curarnos.
- ¿Eso le dijiste?
- No, ya estoy desvariando. Pero me hubiera gustado decirle.
- Suenas profundo, profundo como un cenote a cielo abierto.
- Todos somos un cenote.
- Mmm… es como una canción.
- “Todos somos un cenote”, el último gran éxito de Marco Antonio Solís. O de Wendy Sulka, quizá.
- Me gusta, me gusta. ¿Hablándole así te joteaste a la mina?
- No, le empecé a contar un sueño que tuve el otro día. Que dice así.

“Me encontraba en un baño, que para mí en el sueño era completamente familiar. Éramos muchos los que estábamos ahí reunidos, como en la portada del Person Pitch, pero sin los gorritos. Estaba mi abuelastra, tío-abuelos con los que no me llevo bien, grandes amigos del colegio, todas mis parejas formales e informales, estaba incluso George Harrison. Había ocurrido un golpe de estado y los milicos se agolpaban allanando casas. En el sueño no se explicitaba si nosotros como grupo teníamos historial en contra de aquel levantamiento, porque todos parecían distendidos, mas yo era fruto del pánico. (He tenido varios sueños que involucran pronunciamientos militares…). De pronto el silencio de nuestra casa fue perturbado. Soldados fascistas habían derribado la puerta y comenzaban a registrar los dormitorios a lo largo del pasillo de la casa. Nadie en el baño parecía perturbado, era como si todo se tratase de zafia rutina. Cuando los militares ya forzaban la puerta y todos permanecían aún inmóviles, tomé del brazo a una de mis ex-parejas y forcé la ventana para que escapáramos. El exterior era como un barrio residencial en Providencia o Las Condes, con inmaculadas casas blancas y resplandecientes árboles frondosos, bañados por el exquisito sol de mañana. Corrimos y corrimos. Se veían tropas detenidas en las calles, como esperando para derribar otra puerta, allanar otra casa, tomar prisioneros otros resistentes. Tengo que admitir sin embargo, que pese a lo brutal del contexto, se respiraba una extraña calma en el ambiente. Parecía una tranquila mañana de domingo (de esas sin sábados jóvenes y alocados).

“Cuando ya habíamos avanzado varias cuadras y no se divisaban tropas en rededor, un sujeto vestido a rayas rojas y blancas, de anteojos y gorro en los mismos tonos, aparece caminando en la vereda de frente. “Wally”, pensé. Pocos metros más allá, en una esquina, logré distinguir más como él a lo lejos, como una muchedumbre de wallys enardecidos haciendo el frente revolucionario. “Así que aquí es donde todos ellos se escondían”, me dije. Mi ex-amor seguía corriendo, poco más adelante que yo.

- En eso me di cuenta que estaba soñando, pero no desperté. El resto del sueño gira en torno a cuestiones sexuales que no quiero contar ahora.
- ¿Y estuvo rico?
- Desperté con los calzoncillos mojados.
- ¿Y la mina?
- Me la comí, pero no me acuerdo su nombre. Creo que se llamaba igual que la ex del sueño. O quizá estoy desvariando.

Balada de Pablo de Rokha [fragmento]

Yo canto, canto sin querer, necesariamente, irremediablemente, fatalmente, al azar de los sucesos, como quien come, bebe o anda y porque sí; moriría si no cantase, moriría si no cantase; el acontecimiento popular del poema estimula mis nervios sonantes, no puedo hablar, entono, pienso en canciones, no puedo hablar, no puedo hablar; las ruidosas, trascendentales epopeyas me definen, e ignoro el sentido de mi flauta; aprendí a cantar siendo nebulosa, odio, odio las utilitarias labores erradas, cuotidianas, prosaicas, y amo la ociosidad ilustre de lo bello; cantar, cantar, cantar...  he ahí lo único que sabes, Pablo de Rokha...

Los sofismas universales, las cósmicas, subterráneas leyes dinámicas, me rigen, mi canción natural, polifónica se abre más allá del espíritu, la ancha belleza subconciente, trágica, matemática, fúnebre, guía mis pasos en la obscura claridad; cruzo las épocas cantando como un gran sueño deforme, mi verdad es la verdadera verdad, el corazón orquestal, musical, orquestal, dionisíaco, flota en la augusta, perfecta, la eximia resonancia unánime, los fenómenos convergen a él, y agrandan su sonora sonoridad sonora, sonora; y estas fatales manos van, sonámbulas, apartando la vida externa, —conceptos, fórmulas, costumbres, apariencias-; mi intuición sigue los caminos de las cosas, vidente, iluminada y feliz, porque todo se hace canto en mis huesos, todo se hace canto en mis huesos.

lunes, 13 de agosto de 2012

Polilla #2: el carrete


“Esta historia empieza con una botella de vino y termina con una botella de vino.”

- ¿Te pasé ese disco de Nicolas Jaar?
- No. Qué hueá.
- Es un chileno que hace música electrónica. Que vive en Nueva York.
- Yo me quedo con Curi York.
- Sacohuea.
- ¿Y güeno?
- Chileno y güeno.
- Como el dicho.
- Como el dicho. Estuve leyendo críticas del disco. Cacha que la Pitchfork le puso un---
- ¿Sabi qué hueá? Cállate… me teni chato con tu Pitchfork culiá y de hecho, ¿sabi qué?, estoy chato que hablemos de música siempre. La única hueá que me hablan todo el día es de esa hueá. Todos los culiaos del curso siempre me hablan por facebook pa’ pedirme bandas y que les tire youtubes y que les pase música triste porque pelearon con sus pololas y no sé qué cosa. ¿Acaso no puede tener uno un momento de paz y calma? ¡Yo también tengo sentimientos!, cachai. ¡Yo también quiero escuchar música triste con la luz de la pieza apagada y pensar en reconciliarme con mi papá! Soy una persona común y corriente, ¿me entendí?... No soy un concepto, soy sólo un chico jodido que busca su propia paz mental; no me asignen la suya…
- Ya córtala, conchetumadre. Nada peor que los ClementineKruczynskis. Todos esos hueones creyéndose bacanes por “uy, son tan disperso e inconstante”. ¿Por qué todos se creen tan heroicos por ser egoístas y cambiantes? ¿Desde cuándo chucha está de moda esa hueá? Se creen tan cool “aburriéndose fácil”…
- Ya, sí. Hablemos de otra cosa, me dio vergüenza. ¿Qué hiciste el sábado?
- Bueno, te cuento.

“Estábamos en el carrete de una mina que no conocíamos, el R. y yo. Nos habíamos pasado la tarde tomando en los peladeros del Cerro Condell, viendo la noche desplomarse sobre nosotros y ya nos terminábamos la segunda o tercera botella de tinto cuando llegamos a la casa de esta incógnita. Nos sentíamos fuera de lugar naturalmente, porque no teníamos nada que hacer ahí y apenas conocíamos persona. Nos había invitado el Dafne esa misma tarde y como la noche anterior nos la habíamos pasado viendo youtubes hasta las cinco de la mañana, convenimos con justa razón en que salir de nuestras cavernas cibernéticas y en cambio hacer algo distinto y refrescante era la mejor opción. El R. no sale mucho y yo, desde que terminé con esa puta culiá, siento que me falta algo, algo que cada viernes y sábado por la noche me acuerdo de rellenar, y luego vomitar, y entonces me falta de nuevo.

“No estábamos haciendo mucho más que tomar y mirar con cara de nada a los otros mientras carreteaban, tomando y perreando como si en ello se les fuera la vida. Un grupito de punkies, piteando en un rincón del living, empezó a mirar feo al R., que de curado empezó a cambiar la música y poner en su mp3 temas de Weezer que todos pifiaban fervorosamente. Cuando ya iba a repetir la gracia por tercera vez, uno de los punkies –el líder del grupo, al juzgar por su contextura y semblante–, se le acerca y lo levanta por el cuello de la ropa. Yo me quedé al margen, frugal, contemplando la situación y en particular la expresión encrespada del R., que estaba de puntillas por no ahorcarse con la camisa y como nunca ha estado en ninguna pelea –porque es de esos Holden Caulfields culiaos que a la hora de los quiubo no es más que carne flácida e inútil– lo hacía doblemente gracioso. Me estaba riendo y todo, pero ya todos en la fiesta se habían dado cuenta del pleito inminente, y como el R. era mi amigo y yo me debo a él como un artista a sus fans, tuve que socorrerlo. Me le acerqué al punky, desafiante. Tú sabi cómo soy con vino y medio en el cuerpo.
-Oye, qué te pasa con mi amigo, conchetumadre –le dije introduciéndome, protocolar.
El hueón me tiró un combo, pero lo esquivé con gracia felina y me abalancé sobre él ágilmente. Tú sabi cómo soy con vino y medio en el cuerpo. Los otros miembros de la pandilla se precipitaron sobre nosotros, repartiendo puños y patadas ciegamente, como un Quijote colectivo enfrentándose a un molino gigantesco e impalpable. El Dafne llegó corriendo a irrumpir en la batahola, pero recibió el puñetazo de un punky malintencionado, haciéndole caer sobre la mesa del copete y derramando los vasos y botellas sobre el piso alfombrado del living. La fiesta entera, como era lo esperable, reaccionó ante la falta de respeto. Que qué chucha, que qué se creen los culiaos y que se tienen que ir cagando.

- ¿La dura? ¿Y qué onda?
- A los hueones los echaron y el R. y yo nos quedamos con cara de pico sentados en un sofá, enteros curaos. Pa’ más remate nos encontramos un pito tirao en el piso, que se tiene que haber caído del bolsillo de algún punky durante la mocha.

“Nuestro amigo Dafne, que se da bien en eso de las relaciones interpersonales, se disculpó con la anfitriona por el desliz. Ésta, que parecía una mujer razonable, de esas que escasean hoy por hoy, le concedió la amnistía con un caballeroso apretón de manos. Las cosas habían vuelto a la normalidad y la celebración ya había reanudado como si nada hubiera sucedido. La música sonaba y la gente bailaba, alegre y despreocupada.

- Ya, pero qué pasó con ustedes.
- Déjame ir pa’ allá.

“El R. y yo, que yacíamos en el sofá, cansados de tanto licor y tanto zamarreo, discutimos la situación como los adultos que somos. “Primero”, dije yo, “hay que fumar esta hueá”. “Me parece una idea diferente y buena.”, respondió mi interlocutor con una sonrisa maliciosa. Y salimos al patio.

“La gente se veía más alargada luego de la fumada y bailaba como en cámara lenta al ritmo de las deliciosas melodías que se desprendían de los parlantes. El R. y yo nos reíamos como si fuéramos dos locos recién escapados del manicomio. Una chica de mi edad o un poco mayor me tomó de la muñeca por sorpresa y me miró seductoramente atrayéndome hacia sí, en medio de esa improvisada pista de baile. Me preguntó cómo me llamaba, pero yo sólo atiné a reír y a seguirle el juego mientras me alcanzaba una botella de vino. Estábamos bailando una canción de Wisin & Yandel o de Franco el Gorila –para mí son todos iguales. Le pregunté qué estudiaba y simulé entusiasmo e interés cuando me respondió ecoturismo en el Inacap, que estaba visitando a sus papás por las vacaciones y que se llamaba Catalina. Yo le conté en pocas palabras que me llamaba G. y que también estaba de vacaciones. Seguimos bailando algunos minutos. No sé si habrá cambiado la canción o si simplemente se repitió una y otra vez, la cosa es que en vuelo y con alcohol, y con ese canto portorriqueño a la libido frotándose contra mi cuerpo y oídos, de alguna manera me sentí más valiente de lo común y me acerqué más a ella. La chica –Catalina– reculó un poco, coqueta, y movió su índice como diciéndome que no. Yo le sonreí y me volví a acercar para besarla, pertinaz. De pronto, Weezer. El sacohuea del R.

- ¿El hijo de puta te funó?
- Seh.
Puta que es ahueonao ese hueón… ¿Y te la comiste al final?
- Espera.

“La gente en la fiesta empezó a abuchear al DJ. Yo me le acerqué, molesto como era de esperar.

- ¿Tení que hablar así todo el rato?
- Sí.

““Oye, ahueonao, me iba a comer una mina, qué chucha”, exclamé. En eso, un muchacho alto y fornido se aproximó a nosotros. “¿Vai a seguir cambiando la música, fletito culiao?”. El R. lo miró, sin entrever expresión alguna. Yo le pedí que se tranquilizara, que todo estaba bien y que no iba a volver a pasar, que ya habíamos aprendido la lección. Parece que no se lo tomó con mucho humor porque entonces comenzó a propinarme insultos de tipo sexual, homo-sexual específicamente. Me preguntó si era huevón o si me hacía, y yo le expresé mi disgusto, remarcando lo injustificado de sus palabras. R. seguía sin decir palabra. El muchacho alto y fornido me amenazó físicamente, enseñándome su pecho en alto y violando las normas estándares del metro cuadrado personal, pero como yo seguía en vuelo no me lo tomé muy en serio y no pude más que pensar en la figura de Carlos Caszely, el legendario 9 del combinado nacional, estallando en risas sin escrúpulo alguno.

- Qué fome la talla.
- No, pero es en serio. Ya deja de interrumpirme, chuchetumare.
- ¿Por qué no la haci más corta, hueón? Como que me estoy aburriendo.
- Ya, mira, la hueá es que el hueón nos quería pegar.
- Ya y.
- Que yo empecé a hablar con él, tratar de calmarlo, porque estaba enchuchado, pero yo en ese minuto estaba demasiado volado y curado y demasiado todo. Y, puta, en eso me doy vuelta y me doy cuenta que el R. no está. Y lo busco, y voy al patio y no está; y salgo a la calle, y tampoco está. Tampoco encontré al Dafne pa’ preguntarle si lo había visto.
- ¿La dura?
- Sí, poh.
- ¿Y qué hueá hiciste?
- Nah, poh. Me tuve que ir, si no conocía a nadie adentro.
- ¿Y la mina?
- No sé, pico. Me había quedado con su botella de vino, y eso me bastaba.

 “Tuve que emprender el viaje de vuelta solo, como un llanero en un western gringo. Era un John Wayne deambulando solitario y lacónico por el desierto urbano. Ya no había un Sundance Kid para este Butch Cassidy, ni tampoco un Ratso para Joe Buck, ni Billy para Wyatt, ni Jules para Vince, ni Tom para Huckleberry, ni Laurel para Hardy, ni Roger Murtaugh para Martin Riggs, ni…

“Perdón.

“Tuve que volver a casa solo, caminando por las calles de nuestra querida ciudad/pueblo en solemne silencio. Eran cerca de las dos de la mañana y no transitaba un alma por la Alameda. A lo lejos, si me concentraba, podía escuchar las reverberaciones de la carretera tremolando suavemente. Cuando pasé por el Óvalo un grupo de señoritas empezó a hacerme gestos y a gritarme cosas. Creo que era la primera vez que veía prostitutas menstruales en ese punto de la ciudad. Una de ellas, de unos cuarenta años, se me acercó lentamente. “Hola, guapito”, dijo. La saludé de vuelta. “Hola”. Me preguntó si por casualidad no tenía un cigarrito que le regalara. Le dije que no, que se me habían acabado recién porque venía de un carrete. Me preguntó cómo lo había pasado. Le dije que bien, pero que mi amigo se había ido sin avisarme y ahora tenía que devolverme solo a mi casa. No me había dado cuenta, pero había dejado de caminar y ahora conversaba frente a frente con la prostituta. “¿No queri sentarte aquí un rato?”, me preguntó. “Nah, tengo que llegar luego a mi casa”. “Hace frío”, me dijo sentándose en una jardinera. Asentí con la cabeza. Luego dijo, “oye, ¿no queri ir a alguna parte? Vamos a alguna parte”. No sé por qué, pero luego de vacilar unos segundos, acabé preguntando torpemente, “¿cuánto cobrai?”. Me dijo que cobraba quince lucas la hora y veinticinco la noche completa. Le dije que tenía veinte lucas, pero estaba mintiendo. Le pedí que me mostrara algo, porque no iba a aceptar sus servicios sin saber a qué me comprometía. Me dijo que me fuera a la chucha, que era una pendejo barsa y que no iba a mostrarme nada, menos si no ponía plata por adelantado. Le pedí que me mostrara una teta sin cobrarme, pero se ofendió más y se incorporó. Yo me alejé, raudo. La prostituta empezó a gritarme desde donde estaba, insultándome y delatándome con sus amigas, como si fuese algo tan grave.

“No sé por qué, pero en lo que restó de la caminata a mi casa, me acordé de la puta culiá de mi ex y pensé en llamarla. Pensé en cantarle “Y yo estoy aquí, borracho y loco” por teléfono, pero ya no estaba tan borracho y no era justificable. Quizás estaba con ese otro hueón que se está comiendo ahora. Pero siendo sincero me daba un poco lo mismo. Tenía una botella de vino en la mano y me dio lo mismo todo.

- ¿Y cómo llegaste a tu casa al final?
- No sé. Bien.